Una plétora de instituciones del mercado financiero como Bear Stearns, Fannie Mae, Freddie Mac, Lehman Brothers, Merrill Lynch, y muchos más, sufren buena parte de los estragos de la crisis financiera global. Pero como siempre, terminará siendo el ciudadano de a pie quien más habrá de sufrir. Las tasas de interés promedio para el deudor hipotecario aumentan, la demanda de viviendas disminuye, los inventarios de inmuebles resultan excedentarios, la construcción se desacelera, el valor de las viviendas y el de los activos de los hogares se desploma, su capacidad de pago se contrae, y un gran número de familias pierden sus casas por incumplimiento de compromisos financieros. La tolerancia al riesgo de los bancos disminuye, incurren en pérdidas financieras angustiantes, empresas financieras y no financieras se declaran en quiebra, los mercados crediticio y bursátil se constriñen, los préstamos se racionan y los papeles comerciales no se colocan. Las empresas requieren fuertes infusiones de nuevos capitales, los activos financieros e hipotecarios se liquidan, los títulos del sector son considerados tóxicos y las clasificaciones de riesgo empeoran. La crisis se contagia hacia distintas industrias y países y las primas y tasas de interés aumentan. Los gobiernos de los EEUU, la UE, China, Japón y el RU intervienen; algunos reducen las tasas de interés interbancarias y de redescuento, amplían las facilidades de préstamo de última instancia, garantizan operaciones de compras de bancos de inversión y efectúan planes de reactivación fiscal. Pero, a pesar de todos los esfuerzos, aún lo peor está por verse, pues tratándose de una economía como la estadounidense, en la cual 70% del PIB depende del consumo, el endeudamiento crónico de los hogares y el colapso de los precios de las viviendas hacen pensar que lo peor está por suceder. La memoria es nuestra mayor carencia: una y otra vez olvidamos que en momentos de estabilidad y confianza durante los cuales el futuro parece menos incierto es cuando se crean las condiciones que conducen a las crisis; es durante las fases de expansión, en la medida en que las deudas y riesgos tienden a aumentar, que se siembran las semillas de las futuras recesiones. Esto es cierto tanto para la crisis financiera de EEUU como para la crisis fiscal que próximamente tendrá que enfrentar el Gobierno de Venezuela. Nuevamente, la imprudencia impidió a muchos anticipar el colapso de precios claves, como el de las viviendas y el del crudo. En el caso venezolano, los recursos petroleros (hasta el momento) han permitido neutralizar los efectos perversos de políticas gubernamentales contrarias al interés nacional; a saber: el despilfarro fiscal, los onerosos descuentos y regalos a otros países, las estatizaciones innecesarias de sectores productivos, la sobrevaluación cambiaria, el control de cambios y de precios, las importaciones del Gobierno como método de exterminio de la producción nacional, las políticas desmesuradas de indexación salarial y aquellas destinadas a la generación de desconfianza y desinversión, causas fundamentales de la persistencia inflacionaria, y, en fin, el resto de las políticas "revolucionarias" y "socialistas" del siglo XXI. Lamentablemente para los venezolanos, mientras no se supere la crisis internacional y Arabia Saudita siga resistiéndose a recortar la producción, el precio del petróleo seguirá cayendo, la industria petrolera y la República permanecerán endeudadas, será difícil y altamente costoso colocar los bonos gubernamentales y hacerle llegar las divisas al mercado oficial y paralelo, a menos por supuesto que PDVSA intervenga e incurra en lo ilegal. Roguemos entonces para que la caída del precio del crudo se detenga, pues de lo contrario las cuentas externas y fiscales de la economía venezolana se deteriorarían drásticamente, y habría nuevamente que pagar las imprudencias del pasado. En el 2009, de ser así, el Gobierno tendrá que decretar la primera devaluación oficial del bolívar fuerte, pues la situación financiera del fisco, de PDVSA y del resto de la economía venezolana así lo reclamaría. Hemos retornado así al punto de partida: al hecho de que siempre será el ciudadano de a pie quien habrá de sufrir las peores consecuencias.
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